Sunday, October 25, 2009

Diario

de Juan José Millás

Seríamos unas veinticinco aves con cabeza de mujer (ya adelanto que se trataba de un sueño) y volábamos en una formación que imitaba la punta de una flecha, cuyo extremo era ocupado sucesivamente por cada uno de los miembros de la formación. El relevo se producía de manera mecánica, como si el grupo estuviera dotado de un reloj interno. Desde la altura a la que volábamos se veían unos acantilados algo siniestros, cuyos bordes parecían labios. Un poco más allá había un desierto salpicado por formaciones verdes, muy distantes entre sí, en las que pastaban animales. Al tener los ojos delante de la cara y no a los lados, como los verdaderos pájaros, nos veíamos obligadas a girar el cuello a izquierda o derecha para comprender nuestra situación en el espacio.

Yo sabía que no pertenecía a ese mundo avícola, pero intuí que me convenía disimular para no ser descubierta. Ignoraba, en cambio, si pese a ser pájaros hablábamos (puesto que teníamos bocas) o piábamos (pese a no tener pico). En esto, la bandada empezó a descender en círculos sobre un camello muerto y percibí un olor a descomposición que removió algo dentro de mi estómago. Intuí que era una manifestación del hambre, pero una vez que llegamos a tierra no empecé a comer hasta que otras aves más viejas que yo abrieron la panza del animal y le sacaron las vísceras. Actuábamos de acuerdo con unas pautas inexplicables, pero muy eficaces, pues todo el mundo comió algo, aunque en turnos diferentes.

Cuando hubimos saciado el hambre, una de aquellas aves dijo: "Nos vamos". Comprendí entonces que se podía hablar sin resultar sospechosa y abrí la boca para decir algo, pero me salió un garlido que hizo que todos los ojos me miraran con aprensión. Entonces me desperté, y me arreglé. En la oficina, advertí que el jefe tenía cara de camello y me sorprendió no haberme dado cuenta hasta ese día. Me sentí extraña entre los seres humanos como antes entre los pájaros, pero no dije nada, pues no sabía si allí se hablaba o se ladraba. Al poco, el jefe se puso a piar y yo coloqué los labios en forma de u para hacer lo mismo, pero me salió una palabra. Me miraron con odio y volví a despertarme, etcétera.

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