Si hubiéramos evolucionado de los perros, tal vez en vez de pasamanos en los ómnibus habría tubos acolchados a la altura de nuestras bocas, y nos sujetaríamos a ellos con los dientes.
Pero no. Venimos de seres similares a los simios. La postura prevalente de los que viajábamos de pie en el ómnibus, esta mañana, lo ponía de manifiesto: allí estábamos, sujetos con una o dos manos al tubo que se extendía por encima de nuestras cabezas a lo largo de toda la longitud de la cabina, bamboleándonos de un lado a otro con las curvas, frenazos y aceleraciones. Nuestros pies a veces casi no tocaban el suelo, pero nadie daba muestras de gran incomodidad. Definitivamente, en algún momento de nuestra historia evolutiva estuvimos muy cómodos braquiando entre rama y rama.
Excepto nuestro conductor, claro está. Sus ancestros deben haber sido alguna clase de seres con las características de un elefante en estampida y un correcaminos.
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